La Vitrina
“Una coliflor, lo mismo que un mosaico modernista, pueden ser materias igualmente perfectas a través de una imagen justa que las hace abstractas”.
No resulta difícil relacionar esta declaración de intenciones artística y profesional de Rosa Feliu con su personalidad y, por consiguiente, resulta enormemente satisfactorio comprobar la coherencia entre las personas, las intenciones y la obra acabada, de tal modo que esta se convierta en un reflejo directo de su personalidad.
Perfección, imagen justa, abstracta…
Creo que Rosa pertenece al reducido grupo de personas que creen en la posibilidad de vivir y trabajar tendiendo a un “ideal”, es decir, el de llegar a expresar la mejor de las situaciones posibles. Para quienes sustentan la posición de Rosa Feliu una larga tradición artística y vital, la dificultad consiste en que su visión pueda ser tildada de superficial, o elitista, desligada de la propia realidad, pero creo que el recorrido vital y profesional de nuestra fotógrafa nos demuestra que la capacidad de profundizar en su disciplina le permite una síntesis totalmente solvente.
A su regreso de Cambridge (1977) Rosa Feliu inicia su actividad con la fundación del estudio “18×24” en Sarriá (con J. Borrás y M. Corominas), fundamentalmente dedicado a la reproducción de planos históricos, urbanísticos, etc. Rosa Feliu entiende desde el primer momento que la actitud con que se fotografía el aburrido plano de una parcelación es la misma, en cuanto a intensidad y precisión, que en una foto “artística”. Las exposiciones de documentales, la funcionalidad de la documentación para el libro sobre el Ensanche de Joan Busquets o la del Catèleg d’Edificis Artístics de BCN constituyen el más sólido “background” profesional. Las fotos, a modo de reportaje fotográfico, de las semanas culturales de la Escuela de Arquitectura de Barcelona constituyen un valioso documento, teñido de la elegancia que consigue infundir a sus protagonistas.
Esta larga experiencia “funcional” se completa con su paso por el Archivo de los Museos de Barcelona (1991-1996).
Hacia los años noventa, una vez terminada la primera etapa de “18×24”, Rosa Feliu se repliega e inicia una serie de investigaciones sobre técnicas fotográficas (cianotipias, gomas bicromatadas), que en apariencia parecen no llevar a nada concreto pero que, en la quietud de su estudio de Artà, le permiten reflexionar sobre los límites de la técnica en tanto que expresión en sí misma, lo cual, más adelante, influirá en la última fase de su trabajo.
A mi entender, la última manifestación, si es que es posible establecer fases en la variada actividad de Rosa Feliu, la constituyen las exposiciones de la Galería Urania, “Fotosí” i la de Artà. En estas fotografías, ya afronta directamente el problema de expresar la perfección, la imagen justa, el despojamiento y la esencialidad a la que ha podido acceder gracias a la experiencia anterior: las tazas blancas, las flores, los eucaliptos, etc., son creaciones “redondas” apuntaladas en el rigor de la práctica y el estudio objetivo de la luz y el color.
No quiero terminar sin referirme al último episodio, en el que me cayó en suerte el papel de cliente, la exposición Domènech i Montaner (2000).
A Rosa se le encargó fotografiar las actuaciones de Domènech en Comillas, sobre todo la reforma del cementerio.
La actitud de la fotógrafa fue la que he expresado al principio: convirtió el viaje en una aventura ideal, el pueblo de Comillas en un ambiente fantástico i optimista para su trabajo y los edificios que debía fotografiar en algo real pero, al mismo tiempo, ideal.
El acantilado sobre el mar Cantábrico, la luz pálida sobre las piedras, el color de la interminable tapicería de césped configurando, no obstante, unas imágenes “ideales” –y no idealizadas-, proponen, como en toda la obra de Rosa Feliu, una visión mucho más culta y más civilizada.
Barcelona, Palau Robert, 11 de octubre de 2001
Lluís Domènech Girbau, arqte.